El estado democrático (1983-2009), a través de sus diferentes gobiernos, ha insistido en manifestar que disponía y ejecutaba políticas de derechos humanos orientadas básicamente, en distintas instancias judiciales y de diferentes maneras, a la persecución penal de los autores de crímenes de lesa humanidad. Estas políticas, siempre vacilantes y parciales, han resultado ineficaces contrastadas con la verdadera dimensión del drama que vivimos en los años del terror y de las consecuencias que el mismo ha provocado en nuestra sociedad.Una política de DDHH que viniese a restañar heridas y devolver habilidades del cuerpo social debería realizar una revisión histórica de estos derechos y propiciar las acciones políticas y legales conducentes a condenar a los culpables de su violación y a interrumpir la ejecución de los delitos que continúan cometiéndose. El genocidio y despojo de la tierra a las poblaciones originarias es un delito de lesa humanidad cuyas implicancias aún persisten y requieren una inmediata atención que la democracia ha postergado utilizando el tema sólo con finalidad declarativa. Mucho más reciente, en la Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar, un documento indiscutible desde la literatura, la ética y la política, dice Rodolfo Walsh: “El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva, …” Las acciones represivas cometidas por el último gobierno peronista y las organizaciones prohijadas por el mismo, como la Triple A, que también incluyeron secuestros, torturas y desapariciones, no han sido ni siquiera enunciadas con la misma fuerza que las ejecutadas a partir del 24/03/76. Como si la acción de promoción de los DDHH y de rescate de la memoria tuviera una fecha de iniciación y más atrás se extendieran un país justo y una historia intachable con plena vigencia de los mismos.Durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner se presentaron mediáticamente algunos gestos simbólicos (descolgar el retrato de Videla, construcción del Museo de la Memoria, etc.), de importancia indiscutible y de ejecución plausible, como si éstos, por sí mismos, constituyeran una política de DDHH acabada.Pero, frente a los 30.000 desaparecidos, los 500 centros de detención clandestina, los más 100.000 casos de detención ilegal y aplicación de tormentos denunciados, la existencia de sólo unos 40 condenados revela tanto la carencia de una política seria al respecto como la voluntad de erigir una imagen de justicia que no se sustenta en los hechos. Los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial parecerían ejecutar una estrategia conjunta para crear una de las tantas ficciones con las que se alimenta el sentido común; se estaría narrando un texto ficcional donde la justicia es la protagonista cuando en realidad se está consagrando la impunidad bajo una apariencia legal . Por debajo de la trama de la novela, el movimiento popular ha jugado el verdadero rol activo de una política de DDHH efectiva, resistiendo a las leyes del Punto Final y de Olvido, y logrando con sus derogaciones los avances más significativos en el tema.Una auténtica política de DDHH, para no repetir el mecanismo de formación de docilidad social ejecutado desde el sistema educativo, debería apuntar no tanto a la memoria puntual de los sucesos, sino a explicitar sus motivaciones. Debería dejar de velar con la rememoración dolorosa, con el retorno a un pasado cristalizado, el sentido que tuvo el genocidio: “Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado (refiriéndose a la tortura, la desaparición, etc.), no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales.Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisioncs internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9%... “ (Walsh, Carta Abierta…).
Porque ese pasado está vivo en nosotros, en la sociedad. El poder económico que instauró a la dictadura la ha sobrevivido “El plan económico de Cavallo es un perfeccionamiento del de Martínez de Hoz” , dijo Juan Alemann en 1996. Los alzamientos militares contra el gobierno de Raúl Alfonsín, las voladuras de la embajada de Israel y de la AMIA, el asesinato de Carlos Menem (hijo), la maldita policía, el asesinato de Cabezas, los de Kosteki y Santillán y el secuestro y desaparición de Julio López, entre otros hechos, muestran que ni la inteligencia, ni las redes operacionales, ni los Intereses que instauraron la dictadura han sido desarticulados por completo. Caminamos entre los huecos iridiscentes de los cuerpos sin sepultura conocida, los ejecutores de una violencia sin límites y sus mentores económicos e ideológicos.
“De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda una ley que fue respetada aún en las cumbres represivas de anteriores dictaduras.La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de límite en los métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente sobre las articulaciones y las vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y farmacológicos de que no dispusieron los antiguos verdugos. El potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores medievales reaparecen en los testimonios junto con la picana y el "submarino", el soplete de las actualizaciones contemporáneas Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la guerilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido. De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda un ley que fue respetada aún en las cumbres represivas de anteriores dictaduras.” (Walsh, Carta Abierta…)
La falta de límites en el tiempo y las consecuencias de los métodos que denunció Walsh llegan al presente y nos aíslan y enmudecen, nos separan, disgregándonos, impidiéndonos una respuesta colectiva, por ejemplo frente al hambre y la marginación social. También nuestra sustancia humana ha sido machacada por los verdugos y nuestros cuerpos separados, como la piel y los huesos del torturado, del tejido social. Entonces una política de DDHH debería apuntar a recomponer la trama social más allá de la dádiva que se presenta como inclusiva. No son los excluidos los que deben reinsertarse en “la sociedad”, sino la sociedad de los incluidos la que debe ir al encuentro de los marginados. La educación y la cultura son los vehículos ideales para esta tarea si abandonan una el formalismo vacío y la otra los escenarios y las candilejas y acuden a brindarse allí donde haga falta ¿Cómo se transmite de generación en generación lo inconfesable? Se transmite a través de los fantasmas, pero estos fantasmas son una invención de los vivos: “expresión de la laguna creada por el ocultamiento de una parte de la vida del antepasado” (Elina Aguiar). Si una política de DDHH no apunta directamente a llenar esa laguna, nuestros desparecidos corren el riesgo de convertirse en fantasmas para las nuevas generaciones, imágenes apenas recortadas en la niebla que nos recuerdan aquel terror, más eficaces en inmovilizarnos y atemorizarnos que en despertar en los jóvenes la solidaridad y la participación. Este gobierno insiste en hacer con la figura del militante político el perfil del desaparecido, y una política de DDHH honesta, que no necesitara hacer de los restos disgregados de un partido político una máquina preponderantemente electoral, debería decir que el verdadero plan de exterminio que desarticuló el esqueleto social no apuntó a los militantes como tales, sino en función de los roles que jugaban junto a miles de luchadores sin partido, en las organizaciones sociales, gremios, sociedades de fomento, centros de estudiantes, colegios médicos, clubes, asociaciones, etc. Porque se quiso y se logró fracturar los centros y relaciones por los que se estructuraba el quehacer social en un momento en el que los partidos mayoritarios, funcionales al sistema, habían quedado detrás de las ideas y al margen de las acciones por las que avanzaba la conformación de un sujeto histórico en condiciones de disputar el poder real.¿Cuánto hay de defensa y promoción de los DDHH en una política que incorpora a palcos y micrófonos gubernamentales, convertidos en trincheras de otras batallas, a organismos y dirigentes que estaban ubicados, no sólo frente, sino también por fuera y por encima del poder? ¿Es esta la única manera de reconocer sus luchas y sus logros? ¿O se está disciplinando nuevamente a los elementos más activos y eficaces en la defensa de los DDHH y sustrayendo de la esfera de la sociedad civil una temática abierta, de trámite irregular, tras la que se había encolumnado, cuando no sentía que era convocada por aliados del gobierno, una parte significativa del pueblo y de sus organizaciones políticas? Cerrar estas reflexiones con el último párrafo de la Carta Abierta sería sin duda una exageración inmerecida y un golpe de efecto que no se ha buscado. Digamos sí, con Walsh, que somos fieles al compromiso de dar testimonio en momentos y situaciones notablemente distintos a los que motivaron la escritura de la Carta. Y lo hacemos porque no queremos permanecer en un pasado congelado, ni volver a un tiempo donde señorearon la mentira, la indignidad y la muerte. CLP.
Sonia Otamendi "Despojos"
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